En el Salto del Guairá se forjan las más fabulosas leyendas que intentan explicar algún hecho sobrenatural o lo que parezca para sus habitantes, algo inexplicable.

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Se dice que por el lecho de piedras corría el agua del río y en las orillas repletas de vegetación vivían muchas aves y flores coloridas. Por ser las aves y las flores muy parecidas, solían confundirse entre tanto tucán, loro, guacamayo, orquídeas, achiras, yuchanes, palmeras y magnolias.

En medio de todo ese espectáculo verde vivía la tribu Capibara, dentro de la cual destacaba el único varón de la tribu, al cual llamaban curumí. Curumí siempre salía de caza con su padre, quien le enseño a usar la flecha, navegar en canoa y tejer cestos, pero Capibara era supersticioso y para protegerse siempre usaba una guayaca, que es una bolsita que contiene tres plumas del ala de un caburé.

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El caburé o caburey es un ave de rapiña a la que se le atribuían poderes mágicos, por eso había que llevar tres plumas de este animal, sino de un urutáu, otra ave que según los indígenas guaraníes alejaba el peligro de ellos.

El principal peligro que asediaba a Capibara era Ñañá taú, un genio dañino y perverso que no perdía oportunidad para tratar de dañarlo sin resultados por cierto. Pero al ser Capibara tan cercano a su padre, éste comenzó a perder a todos sus amigos, ya que se alejaron al sentir que el padre de Capibara se molestaba con su presencia.

Pero en una oportunidad, Capibara y Guairá salieron a cazar y todo hubiera sido perfecto de no haber sido porque de la nada, la guayaca que colgaba de su cuello, desapareció. Entonces el supersticioso Capibara llego de regreso desfalleciente y sin fe, por lo que comenzó a enfermar y finalmente murió de un mal extraño, que solo podría explicarse como causa de su principal enemigo, Ñañá Taú.

Antes de la muerte del cacique, su hijo emprendió la búsqueda del amuleto, y intento rescatar el que se había perdido pero no tuvo suerte, y cuando regresó de su viaje se enteró de la muerte de su padre, por lo que la pena lo embargo profundamente.

Entonces un día, el hijo decidió salir a navegar, sin rumbo conocido, para tratar de aliviar su pena, pero al poco andar, se perdió y vió enfrente suyo algo extraño que desapareció: era Ñañá taú. En ese momento, el indiecito intento retroceder, pero no puso, y contra su voluntad la canoa avanzaba cada vez más rápido hacia una avalancha de agua que lanzó al pobre Guairá al abismo. Así se formó el Salto del Guairá, fruto del odio del maléfico Ñañá taú.

Fotos: proteger.org.ar

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