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Las Misiones Jesuíticas, además de su valor artístico, son un recuerdo de la cristianización de los jesuitas del Río de la Plata en los siglos XVII y XVIII.

La Compañía de Jesús se estableció en la región conocida como el Guayrá en 1588, con el permiso de Felipe II. Uno de sus objetivos era eliminar la esclavitud que había impuesto el sistema colonial, además de educar a los Indios a través de la Iglesia.

Luego de la concesión de la zona fronteriza de Paraguay, los jesuitas se trasladaron a las tierras del pueblo guaraní en el Río de la Plata, donde crearon asentamientos, cada uno con una misión. En total, se generaron 30 asentamientos, repartidos en tierras paraguayas, argentinas y brasileñas.

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La Santísima Trinidad, fue la más ambiciosa de las misiones, construida en 1706, construida en piedra con una cúpula y una bien elaborada decoración. La Reducción de Jesús de Tavarangue fue fundada en 1685, trasladándose unos años después a su sitio actual.

La Santísima Trinidad de Paraná, tiene la estructura mejor conservada del paisaje urbano: con su Plaza Mayor, la Iglesia Principal, la pequeña Iglesia de la Universidad y el Claustro, además de Cementerios, jardines, cocina, campanario, las casas de los nativos y los talleres.

La Iglesia en ruinas de Jesús de Tavarangue todavía conserva su aspecto imponente, pero sólo sobrevive una habitación de la universidad. De la estructura urbana no queda ya casi nada.

La Iglesia de los Santos Cosme y Damián
nunca se terminó, sin embargo, no han dejado de servir como lugar de culto. Los trabajos de restauración han respetado la antigua estructura y materiales de las edificaciones, así que todo se conserva más o menos como era originalmente. Esta Iglesia es importante por su valor histórico y como centro de culto para el pueblo y distrito donde se encuentra ubicada.

Vía/ Whc.unesco

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