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El debate

La cruzada personal de Altschul contrasta con la imagen que críticos del turismo residencial pintan de estos inversionistas como potentados especuladores que buscan los más bajos precios en propiedades exóticas donde podrán, con sus lujos, vivir una realidad paralela a la sociedad local, en “un espejismo de progreso,” como dice un notable estudio.

Igualmente, ilustra la confusión que reina sobre el turismo residencial, en momentos en que se debate sobre sus defectos y bondades, y cuando cada vez más se perfila como una apuesta principal de Nicaragua y países del resto de Centroamérica y República Dominicana, para atraer inversiones de envergadura en turismo.

Ni sus detractores ni sus abogados pueden coincidir en una definición, a pesar de ya haber sido aceptada como modalidad por la Organización Mundial de Turismo. El concepto es relativamente nuevo, con sus diversas variaciones. Desde la más criticada – la desmedida construcción de desarrollos inmobiliarios en laderas y zonas costeras creando guetos residenciales – hasta las más complejas modalidades híbridas de turismo puro convencional de servicios conviviendo con negocios de bienes raíces en un mismo enclave residencial exclusivo.

En este último caso, las millonarias inversiones intermitentemente incluyen hoteles de lujo, spas, tiendas especializadas, gimnasios, clubes de playa, marinas, campos de golf y restaurantes. Cuando los dueños del condominio se ausentan, en casi todos los proyectos se ofrece rentar las propiedades como habitaciones atendidas con los mismos servicios del hotel.

De esa manera, la empresa aumenta su oferta hotelera para otros turistas y los dueños cuentan con una entrada que no es libre de impuestos, pero les ayuda a mitigar costos de hipoteca y mantenimiento. Esta opción es muy popular entre propietarios, aún cuando se les prohíbe decorar su propiedad a su gusto y antojo. Usualmente sólo pueden escoger entre dos o tres opciones de interiores, para que el hotel pueda mantener un look estándar y uniforme.

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